Pero claro, sin saber de qué manera eso sucedía; tomé mis maletas y arribé al norte de Jutlandia sin tener claridad de cómo mi vida cambiaría desde el primer segundo que pisé tierras danesas. y comencé a vivir en Dinamarca.
Al principio me costó mucho entender cómo los daneses se comunicaban con un sentido de igualdad que puede impactarnos al nunca antes haberlo vivido. Ya que en nuestra cultura, nos acostumbramos a la discriminación tanto negativa como positiva.
Y, por el contrario, esta sociedad se conformó con un estándar de igualdad donde la arrogancia y el ego no forman parte ni lugar.
Por lo que, las discriminaciones positivas que los hombres han adaptado como actos de caballerosidad durante años en mi país, tampoco forman parte de la vida cotidiana, en el día a día, ya nadie está diferenciándome sólo por ser mujer.
Conversando con danesas, les he explicado un listado de cosas que generalmente como mujeres en Chile, las tenemos de manera intrínseca adaptadas a nuestro comportamiento.
Con espanto, ellas me han mirado, tomado la mano y con un dejo de lástima me han comentado “Pobre, jamás podría imaginar vivir en Dinamarca adaptada a reglas sociales de ese tipo”.
Sin conciencia, esa respuesta consoladora y con lástima muchas veces me ha ofendido. Porque, por el contrario, en Chile la victimización de nuestro rol en la sociedad se ha convertido en una lucha de concientización y búsqueda de equidad.
Aunque en la realidad, sí, somos víctimas de condicionamientos sociales que manejan todas nuestras decisiones en el diario vivir.
Y en lo personal, desconocía el nivel de inseguridad e infelicidad que me generaban esos condicionamientos sociales hasta que pisé esta tierra lejana que se rige bajo otras normas de respeto por el otro.
De pronto me vi saliendo de fiesta, sin estar preocupada de qué tan corta es mi falda, vi a mis amigas bebiendo la misma cantidad de alcohol que mis amigos, me vi diciendo que “NO” sin ser cuestionada u ofendida a posterior, caminando en la calle sin estar preocupada en cada esquina de que podría aparecer un violador y que me transformaría en la siguiente portada machista del periódico, el cual de seguro vendría con una columna responsabilizándome por beber o por caminar sola después del atardecer.
No sabía cuánta infelicidad e inseguridad llevaba mi cotidianeidad en Chile, sólo por ser mujer.
Les he comentado a mis amigas, que en Chile cuando vuelves a casa después del atardecer, es innato compartir tu ubicación con tus amigos; que el Uber, el taxista, el chofer de bus, los pasajeros, todos pueden ser tu victimario, que nos quedamos despiertos hasta recibir el mensaje de tu amiga notificando que llegó bien a casa.
Que no importa cuánto te quieras emborrachar y salir de fiesta, si salimos solas, sabemos el límite y no lo cruzamos porque debemos estar siempre atentas a lo que sucede a nuestro alrededor; en la fiesta, afuera de ella, afuera de nuestra puerta e incluso cuando la cruzamos y quien sabe si la violencia se pueda encontrar como muchas veces, en nuestro propio hogar.
Y eso, hablando sólo de cuando decidimos salir a “divertirnos” porque bajo todos estos cánones de comportamiento sexista, se encuentra un gran listado de situaciones en las que nos restringen constantemente en una sociedad donde no todos somos iguales.
Como profesional y estudiante, también he tenido experiencias similares, experiencias que normalicé, que adapté a mi personalidad, a mi forma de hablar y comportarme frente otros.
En Chile, durante mis labores académicas y profesionales adapté un carácter de fortaleza y arrogancia para con el resto, debido a que la amabilidad y suavidad femenina constantemente se veía opacada por virilidad ignorante.
Tuve que convertirme en lo que sutilmente comento como “A real bitch” porque en mi primer trabajo como profesional, un grupo de hombres subordinados a mi responsabilidad no quisieron trabajar conmigo, simplemente no esperaban que una mujer joven los liderara.
Tuve que dejar de sonreír mientras trabajaba, hablar más fuerte que otros muchas veces, no alcanzaba con levantar mi mano en una reunión, a veces debía mantenerla extendida para pausar las opiniones de otros que constantemente intentaban interrumpir; esos otros, nunca fueron mujeres.
Vivir en Dinamarca significó que tuve que aprender nuevamente sobre respeto en una conversación, con amigos, con colegas, con quien sea, si alguien está hablando no se interrumpe, incluso en una fiesta, las conversaciones toman otro ritmo, sea quien sea que hable merece la atención de cualquier otro en la misma sala.
Como mencioné anteriormente, una de las cosas que aprendí de vivir en Dinamarca, es que no hay distinción de género en cuanto opinión se trata, ni tampoco jerarquía en cuanto a conocimiento, cada opinión es validada por el grupo en el que estés, es una sociedad donde el individuo independiente a sus características, no es prioridad por sobre grupo, el bien social/grupal es lo más importante, y si para lograr ello el ser individual debe opacar en ciertas ocasiones, lo hará.
Es sumamente complejo comprender este idioma de equidad, porque cambia nuestra educación arraigada.
Es por eso que también entiendo lo difícil que es cambiar nuestra cultura y adaptar un nuevo comportamiento social donde realmente nadie se sienta en desventaja en relación a otros.
Desde esa perspectiva, y aunque para muchos chilenos, el movimiento feminista pueda parecer violento en su lenguaje, creo sinceramente que la violencia socio cultural en la que nosotras hemos crecido, es inconmensurable hasta que tomas distancia y observas como todas tus decisiones en la vida diaria están bajo cánones machistas.
Sé que para muchos hombres este proceso se ha tornado confuso, los que quieren cambiar ya no saben qué cambiar y la discriminación positiva que se envuelve de una estela de caballerosidad y machismo, también nos confunde, pero por sobre todo, nos diferencia, y la diferencia que mostramos en cada acto que ejercemos también nos minoriza.
Tal “discriminación positiva” también le pesa a muchos compatriotas hombres que deciden emprender una vida en Escandinavia. Les genera confusión e inseguridad al actuar, porque lo que creían correcto en Chile, en esta sociedad puede mal interpretarse.
Varios amigos me han comentado situaciones en las que reconocen un machismo positivo; ceder el asiento en el bus, o en una reunión incluso en una fiesta, muchas veces estos actos de “caballerosidad” son considerados ofensivos por las danesas.
Sin ir más lejos, es muy común que si alguien (cualquiera) paga una cerveza, la siguiente ronda es por cuenta del invitado en la primera, salir a cenar o cualquier cuenta, se distribuye en equidad.
Las danesas pueden parecer un poco estrictas para otros, porque no se permiten aceptar esta clase de micro machismos, no aprovechan la discriminación positiva como un halago, por el contrario, lo detienen.
A pesar de todo lo descrito, en Dinamarca aún hay discusiones de género relativas a equidad de sueldos y distintas políticas sociales. No es una sociedad perfecta, ni quisiera hacer creer aquello.
Tampoco quisiera mencionar que estas creencias y equidades se relacionan con un país futurista, porque son ideales que existían previo a la llegada del catolicismo al país y que con fuerza identitaria ellos han intentado mantener, destacar y prolongar durante el tiempo.
Este escrito, fue realizado para mostrar un poco sobre las diferencias sociales en la cotidianeidad, diferencias que no necesariamente se relacionan con leyes ni políticas de estado, son diferencias que nosotros mismos, estando donde sea podemos comenzar a generar.
El respeto por quienes nos rodean y el desarraigo de la minorización hacia alguien por sus características físicas es algo que puede nacer desde el individuo, y espero con ansias un tiempo en que en Chile podamos equilibrar un poco nuestros roles en la sociedad su desarrollo, quizás y quién sabe si algún día, nosotras podemos sentirnos seguras e iguales en cualquier lugar del mundo.
Priscilla F.G.